23 nov 2008

Ata una cinta amarilla para rebelarte


Qué es el reconocimiento sino el halago del espíritu. Y cuán noble es no sólo recibirlo, sino ofrendarlo. Que terrible resultan entonces las decepciones cuando no podemos reconocer en el otro los sueños realizados, pero sí la decepción como método cultural de una sociedad demonizada desde siempre por sus conducciones corruptas o violentas.
Corrupción no es sólo robar; también lo es decir que se es apto, cuando no lo es. Violencia no implica el baño de sangre ni el golpe artero; la peor suele ser la que te mortifica el alma de impotencia. El conjunto de ambas suele ser un demonio que nace de mentiras e inconciencia.
No vale abundar en ejemplos; supongo que ya te estás sonriendo. Ejemplos sobran en la cotideaneidad. En cada minuto, en cada paso que das, en cada injusticia que nos acompaña cada día en la vuelta a casa, como un nudo en la garganta imposible de digerir.
La ciudad de Buenos Aires se ha convertido en la Guernica sin estruendos; se intenta ocultar con un halo de cultura mediocre y deshabrido, el fracaso, la inoperacia y la verdadera violencia de cambiar las formas de vida que ningún porteño aprobó ni voto.
Un imbécil cercó las plazas; un secuaz que llegó después le puso candados y horarios a los escasos espacios verdes; y por supuesto, detrás de todo, el vil negocio de los incapaces. El monumento que antecede es el emblema arquitectónico-stalinista de la plaza entre facultades, con vista a la avenida Córdoba, donde el cemento y el concreto anunciaron el fin de los árboles.
Quedó como emblema una iglesia enjaulada.
Debajo --obvio-- un estacionamiento.
Sistema cultural: las huellas de hoy.
E insisten. Si se los deja, avanzan. Socios siempre tendrán. Aplausos sólo en fotos de corruptos hermanados.
Ahora intentan joder otra plaza con árboles únicos. Avenida Córdoba también, entre Anchorena y Jean Juarés. Hermosa y chiquita, apenas una manzana para miles de vecinos sin verde ni frescor. Y por supuesto el emblema corrupto: un estacionamiento. Quieren desviar hacia un rincón de barrio el fracaso de no poder ordenar el tránsito. Y --de paso-- recaudar. Y por si acaso no alcanzara, cerrar la plaza por dos años.
En este momento, imbéciles, mediocres y fracasados se están fregando las manos. Habrá más nuevos ricos (como si no tuviésemos suficientes).
Comencemos. Al márgen de presentaciones judiciales y diferentes respuestas que ya están en curso, hagámonos sentir.
Ata una cinta amarilla o del color que quieras al árbol que tengas más cerca, en cualquier lugar de la ciudad y protejamos a los pocos que nos quedan. Los corruptos se paralizan con el miedo.
Imagina una ciudad llena de cintas amarillas.
Y si te queda un resto de imaginación, imaginate la cara de ellos sin poder hacer negocios a costa de nuestro nudo en la garganta.
Además, quizá logremos que dejen a las plazas en libertad, antes que nos enjaulen a todos; antes que te claven un parquímetro en la puerta de tu casa; antes que te aumenten los impuestos; antes que te roben la sonrisa; y un minuto antes que nos llegue la publicidad electoral.

Fuente:
Ata una cinta amarilla






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